Decía la chica esa que desayunaba con diamantes y tenía un gato
llamado “gato” que había días en los que el mundo le daba miedo, y sólo
podía quedarse en la cama pensando en la incertidumbre en la que estaba
sumida su vida. Ella los llamaba días rojos. Obviando
las posibles referencias a cierto anuncio de productos de higiene
femenina, tengo que decir que la teoría de la chica esa que tenía una
bañera por sofá me pareció en su día muy interesante. Pero yo soy más
de la teoría de los días verdes. Y sí, esa me la he inventado yo.
Un día verde es ese en el que te levantas como con alegría. Desayunas, te vistes tranquilamente, sales a la calle dispuesto a
comerte el mundo, y cuando te preguntan
“¿Qué tal el día?”, tú respondes “Una puta mierda Muy mal”. Los llamo días verdes porque en esos días nace en mi un monstruo de ira y deseos de gritarle a la gente, y lo suelo imaginar como un bicho verde, rollo Hulk.
Y es que hay días en los que te preguntas qué has debido de hacer en una vida pasada para que el destino te trate así.
Yo hoy me lo he preguntado varias veces, especialmente por la tarde,
donde he llegado ya a cotas de odio insospechadas. Porque hay cosas que
no entiendo en esta la vida.
En los días verdes te das cuenta de hasta donde llega la estupidez humana.
Y creedme, puede llegar muy lejos. El ser humano es ilógico por
naturaleza, lleno de contradicciones y de salidas sin sentido alguno.
Por eso, cuando tienes un día verde, lo mejor es dejarlo pasar. Es de
esos días en los que te tienes que ir a la cama cuanto antes. A menos
día útil que tengas, menos cosas te pueden salir mal. Sí, lo sé, es una
lógica aplastante.
Así que aquí lo dejo por hoy, no vaya a ser que, siguiendo la estela
de este día, vaya el blog y explote repentinamente. Mañana hablaremos de
cosas más interesantes.
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